El humo blanco apenas había comenzado a elevarse sobre la Plaza de San Pedro cuando, en otro rincón de Roma, las gradas del Foro Itálico interrumpieron su rutina. No por una jugada espectacular ni por un punto decisivo, sino por una noticia que sacudía al mundo: había un nuevo papa. En plena disputa del Masters 1.000 de Roma, los aficionados al tenis recibieron con curiosidad la elección del nuevo líder espiritual de más de mil millones de católicos. Pero el giro inesperado vendría minutos después, cuando se supo que el nuevo pontífice, León XIV, era también un declarado apasionado del tenis.
Robert Francis Prevost, estadounidense de nacimiento y también ciudadano peruano, es mucho más que un alto jerarca de la Iglesia. Su historia se extiende desde las misiones agustinas en Perú, donde vivió entre 1985 y 1999, hasta su paso como obispo de Chiclayo durante una década, antes de ser nombrado cardenal por Francisco I en 2023. Ahora, a sus 69 años, asume el papado con una raqueta simbólica en la mano y un cariño intacto por el deporte que lo ha acompañado durante buena parte de su vida.
“Me considero un tenista aficionado”, confesó en una entrevista previa publicada en el portal de la Orden Agustiniana. “Desde que salí de Perú he tenido pocas ocasiones de practicarlo, así que tengo muchas ganas de volver a la pista. Mi nuevo trabajo no me ha dejado mucho tiempo libre para ello”, comentó en tono distendido cuando aún era cardenal.
La coincidencia entre su nombramiento y el torneo de tenis más importante de Italia generó escenas pintorescas. Durante una pausa entre juegos en el partido entre Fabio Fognini y Jacob Fearnley, las pantallas del Foro Itálico proyectaron la imagen del nuevo pontífice, provocando la sorpresa y los aplausos del público. En la sala de prensa, abarrotada de periodistas italianos que aún albergaban esperanzas de ver a un compatriota ungido como papa, surgió el ingenioso comentario de un comunicador que, entre bromas, lanzó: “Jannik I”, en alusión al joven prodigio del tenis italiano Jannik Sinner. La risa colectiva se apoderó del ambiente antes de que la atención volviera a concentrarse en los teclados, listos para narrar la historia de un papa tenista.
Aunque sus nuevas responsabilidades hacen poco probable que vuelva a practicar regularmente el deporte que tanto aprecia, la pasión de León XIV por el tenis añade una dimensión humana y cercana a su figura. Al igual que su antecesor, Francisco I, conocido aficionado al futbol, el nuevo pontífice aporta una afinidad personal con el deporte, una vía de conexión con los fieles y con el mundo contemporáneo.
En una institución milenaria que mira con atención los signos de los tiempos, la elección de un papa que habla de fe, pero también de raquetas y partidos, es un guiño a la normalidad, a la pasión que se mantiene viva más allá de la edad o el cargo. Y aunque no veamos a León XIV en un Grand Slam, su nombre ya resuena en los pasillos del tenis como el del papa que ama el juego limpio, dentro y fuera de la cancha.
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